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La Contradanza



Si bien es cierto que las raíces o aportes españoles y africanos constituyeron los elementos antecedentes fundamentales de nuestra música, no lo es menos el que algunas influencias extranjeras, ajenas a esas raíces, ejercieron una fuerza considerable, capaz de transformar o modificar, en determinados casos, la interacción de aquellos primeros elementos y dejaron el sello inconfundible de su presencia.
Esto es lo que ocurre tras la inmigración de franceses y haitianos con costumbres francesas, en los momentos en que comenzaban a definirse ciertos elementos musicales de carácter cubano. Es así como llegan a Cuba la gavota, el passepied y la contradanza francesa. Esta última fue aceptada rápidamente, sufrió un proceso de aclimatación y se transformó en una forma de caracteres netamente cubanos.
La contradanza obtuvo su perfil definido durante el siglo XIX, y además, figuró en la producción musical de casi todos los compositores criollos de esa época. Fue así como, además de ser baile de figura, también se convirtió en un género musical con dos secciones bien diferenciadas: la primera de carácter tranquilo, más lírico; y la segunda más movida, donde se acentúan los ritmos típicos criollos.
En la figura de Manuel Saumell (1817-1870), la contradanza perdió su intención de propiciar el baile para convertirse en una pieza de concierto. De esta manera, constituyó el primer género criollo dentro de la música de concierto. Saumell inició pues, dentro de este sector de la música, un movimiento nacionalista, no por la creación del género en sí, sino por el trasplante de sus elementos nacionales hacia la sala de concierto.
En general, la contradanza cubana tuvo una notable influencia sobre la proyección ulterior de la música cubana y ha quedado como matriz de muchas proyecciones de genuino carácter nacional.